Diversos estudios científicos ya considerados clásicos (Arnow et al, 1995; Macht, 2008) han encontrado que el modo en el que nos alimentamos está claramente asociado a los estados emocionales.
Este tema tan popular ha sido tratado en gran cantidad de publicaciones científicas, libros, artículos, videos, etc. Conocer los mecanismos emocionales y aprender a gestionar nuestro estado de ánimo se consideran actualmente dos de los pilares para lograr alimentarnos de forma saludable y alcanzar ese ideal de bienestar que muchos perseguimos.
Abordar la inmensa complejidad de la temática no es mi objetivo con este artículo. Sin embargo, me gustaría presentaros el trabajo científico llevado a cabo por Gardner y colaboradores en el año 2014.
Este grupo de investigadores de la Universidad de Delaware han abordado una importante cuestión: la toma de decisiones en la alimentación con relación al estado de ánimo. Al fin y al cabo, es el proceso de toma de decisiones el que nos lleva a tomar la decisión de alimentarnos de forma sana o insana.
Los autores proponen que las emociones tienen una clara influencia en nuestro estilo de toma de decisiones. Estableciendo la distinción entre objetivos a corto y a largo plazo, el estudio concluye que un estado de ánimo negativo prima la una toma de decisiones impulsiva que lleva a la persecución de objetivos a corto plazo como puede ser el alivio de la tentación/ansiedad.
Los resultados del estudio muestran que, sin embargo, un estado de ánimo positivo y relajado nos lleva a centrarnos en la persecución de objetivos a largo plazo, motivándonos para pensar en los beneficios de salud a la hora de tomar decisiones.
Entonces, ¿chocolate o fruta?
Los alimentos que consumimos para lograr una satisfacción a corto plazo (por ejemplo chocolate) son a menudo dulces y ricos en grasas y carbohidratos por que provocan una liberación de insulina y endorfinas en nuestro organismo (Benton y Owens, 1993) que tienen como consecuencia última la estimulación de los centros cerebrales del placer (Van Oudenhove et al, 2011).
Por el contrario, los alimentos que consumimos cuando lo que prima es la consecución de objetivos de bienestar a largo plazo (por ejemplo fruta), son alimentos que consideramos sanos, nutritivos y ricos en vitaminas.
Las mentes escépticas entre las que me incluyo dudarán que las emociones puedan modificar tanto nuestra racionalidad. Sin embargo, a la ciencia me remito. Ciertamente, si nos hemos marcado como objetivo personal lograr una alimentación saludable, las conclusiones de Gardner y colaboradores tienen mucho sentido. Pero, ¿y si alimentarnos de forma sana no es nuestro objetivo?
Aun así, la ciencia apoya la hipótesis de que un estado de ánimo positivo invita a escoger comidas bajas en grasas y por tanto saludables. Fedorikhin y Patrick mostraron en 2010 que, dando a escoger entre chocolate y uvas a personas aleatorias, los individuos que presentaban un estado de ánimo positivo elegían las uvas en la mayor parte de los casos mientras que aquellos que presentaban un estado de ánimo negativo mostraban una preferencia por el chocolate.
Referencias:
Arnow et al, (1995). The emotional eating scale: The development of a measure to assess coping with negative affect by eating. International Jounal of Eating Disorders, 18, pp. 79-90.
Benton and Owens, (1993). Is raised blood glucose associated with the relief of tension? Journal of Psychosomatic Research, 37, pp. 723-735.
Gardner et al, (2014). Better moods for better eating?: How mood influences food choice. Journal of Consumer Psychology, 24(3), pp. 320-335
Fedorikhin and Patrick, (2010). Positive mood and resistance to temptation: The interfering influence of elevated arousal. Journal of Consumer Research, 37, pp.698-711.
Macht, M. (2008). How emotions affect earing: A five-way model. Appetite, 50, pp. 1-11.
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